2 de maig 2012

City de Baricco, espectacular



City explica la història d’un nen anomenat Gould que sempre va acompanyat de dos amics, en Poomerang i en Diesel. El primer és un paio mut rapat al zero i l’altre un gegant vestit amb una americana verda i sabates gegants. Aquests dos personatges sempre van agafats de la mà. En Gould coneix a una noia anomenada Shatzy quan truca a una editorial per contestar una enquesta pública on es vol esbrinar si el públic vol que una de les protagonistes d’una sèrie mori. A partir de llavors la Shatzy es converteix en la seva mainadera.

City també explica la història d’un lluitador de boxa anomenat Larry «Lawyer» Gorman que vol arribar a ser campió del món i del seu entrenador, en Mondini. Tota aquesta part està escrita imitant una veu radiofònica retransmetent entrevistes, combats, biografia i tot el que rodeja a Lawyer.

City també explica la història d’un poble del salvatge oest on el temps no passa. Utilitza deliberadament tots els estereotips típics dels westerns, per exagerar-los i acabar-los posant el servei del llibre, on les pistoles i els barrets acaben en un segon pla per donar pas a l’aprofundiment psicològic dels personatges.

Abans de començar a llegir el llibre jo em preguntava si era possible combinar totes aquestes històries. Un cop acabat puc dir que sí, es pot. Les tres transcorren paral·lelament i no s’entrellacen físicament perquè els personatges no es troben, però la seva disposició no és gratuïta i unes serveixen per complementar les altres. I el millor és que totes són igual d’interessants de llegir.

City assoleix la fita (que considero tan difícil) de ser un llibre amb una tècnica aclaparadora fàcil de llegir. Això fa que hi hagi tanta qualitat com la que un sigui capaç de trobar-hi. Per exemple, l’autor crea diàlegs sense acotacions durant pàgines senceres, monòlegs interiors sense signes de puntuació, diàlegs integrats en el paràgraf del narrador sense guions (estil directe lliure), i tot es llegeix sense el més mínim entrebanc. Si algú té ganes de fixar-se en aquests detalls ho pot fer, però una persona que tingui ganes de llegir sense més no tindrà cap problema. I és més, segurament s’adonarà d’aquestes coses i, potser sense posar-hi nom, comprendrà que està llegint quelcom espectacular.

Baricco trasllada el lector a uns escenaris que acaba coneixent com casa seva. I no és que s’entretingui excessivament en les descripcions, sinó que sap destacar aquells detalls que caracteritzen els espais per aconseguir que qui ho llegeixi sàpiga de quin tipus de lloc està parlant.

Amb els personatges passa el mateix i amb unes quantes línies de diàleg els caracteritza com si te’ls hagués descrit durant pàgines. A més a més cadascun d’ells té una gran profunditat psicològica que, a banda del professor d’universitat Kilroy, no s’explica amb grans filosofades, sinó amb quotidianitats, que en principi semblen banals, de les seves vides aparentment simples.

“Es algo así como cuando miras los trenecitos eléctricos, sobre todo si está la maqueta, con la estación y los túneles, las vacas en el prado y las lucecitas encendidas a ambos lados de los pasos a nivel. También ocurre ahí. O bien cuando se ve en los dibujos animados la casa de los ratoncitos, con sus cajas de cerillas haciendo de camas, y el cuadro del ratón abuelo en la pared, la estantería, y una cuchara que hace de mecedora. Sientes una especie de consolación, dentro de ti, casi una revelación, que te abre el alma de par en par, por decirlo de algún modo, pero simultáneamente una especie de punzada, la sensación de una pérdida irremediable, y definitiva. Una dulce catástrofe. Creo que tiene que ver con el hecho de estar siempre fuera, en estos momentos siempre estás ahí, mirando desde fuera. (…) Es algo raro. Cuando resulta que ves el lugar donde estarías salvado, siempre estás ahí mirándolo desde fuera. Nunca estás dentro. Es tu sitio, pero tú nunca estás ahí.”

Però per sobre de tots aquests aspectes n’hi ha un de fonamental: City és un llibre meravellós. Les històries que s’hi expliquen són belles, interessants de llegir, no tenen una voluntat didàctica ni moralitzadora, sinó que són històries banals com menjar una hamburguesa, la compra d’una caravana, un combat de boxa, un duel, un nen xutant una pilota, etc. que acaben contenint un rerefons tan extens que et permetria llegir el llibre una vegada i una altra.

Quan vaig començar a fer la tria de fragments que posaria en aquest escrit em vaig adonar que si em descuidava copiaria tot el llibre. N’he escollit uns quants que he trobat adients, però no crec que siguin els més interessants (si més no per sobre de la resta). Alguna hora faré la descripció de la ponència en què el professor Kilroy, durant quinze pàgines de la meva edició del llibre, fa l’anàlisi de les Nymphéas de Monet. Espectacular.



“—¿Eres el forastero?

—¿Y eso qué es, una nueva marca de whisky?

—Es una pregunta.

—Las he oído más originales.

—Las buenas las guardamos para los clientes con dinero.

El forastero deja sobre la barra una moneda de oro y dice:

—Veamos.

—¿Whisky, señor?

—Doble.

Shatzy decía que todavía le faltaba algo que grabar, pero en esencia era casi perfecto. Se refería al diálogo.

—¿Siempre os liáis a tiros con los que llegan a este pueblo?

—Las hermanas Dolphin, ¿no?

—Dos señoras. Gemelas.

—Son ellas.

—Menuda pareja.

—Nunca he visto manejar el rifle como ellas —dice Carver, y empieza a secar otro vaso.

—¿En qué sentido?

—¿Aún no has oído la historia del valet de corazones?

—No.

—Son famosas por esa historia. La cosa va así. Ellas se colocan a cuarenta pasos de ti, tiras al aire un mazo de cartas, ellas disparan, recoges las cartas del suelo, y al final te encuentras con cincuenta y una cartas normales y una con dos agujeros en el centro.

—El valet de corazones.

—Eso es.

—¿Siempre el valet de corazones?

—Les gusta esa carta. Seguro que hay una historia detrás.

—¿Y cuándo se puede ver ese espectáculo?

—No se puede ver. La última vez fue hace dos años y alguien resultó muerto. Fin de las representaciones.

—¿Ellas lo dejaron seco?

—Era uno que venía de fuera, un idiota. Le habían contado la historia del valet de corazones y no quería creérsela, decía que esas dos viejas solteronas no le darían a una carta ni aunque la enrollaras y se la metieras en el cañón del rifle. Estuvo diciéndolo durante días, riéndose como un loco con la historia esa de enrollar la carta y lo demás. Al final las hermanas Dolphin decidieron que ya estaban hartas. No era tanto por lo de la carta, era el asunto ese de las soteronas lo que las enfurecía, aquí sabemos todos que es mejor evitar ese tema, y en cambio el tipo aquel no paraba, las viejas solteronas por aquí, las viejas solteronas por allá. Las volvió locas. ¿Otro whisky?

—Antes, la historia.

—Pues al final les apostó mil dólares a que esas dos solteronas no lo lograrían nunca. Parecía seguro de sí mismo. Ellas llegaron, con sus dos rifles. Todo el pueblo estaba allí, mirando. El idiota iba riéndose, tan tranquilo, contó cuarenta pasos, cogió el mazo de cartas y lo lanzó al aire. Acabó tendido en ell suelo cuando las cartas todavía estaban en el aire, cayendo como hojas muertas: dos tiros certeros en el corazón. Frito. Las hermanas Dolphin se dieron la vuelta y sin decir palabra regresaron a su casa.

—Bingo.

—Allí estábamos todos, de piedra, sin saber siquiera dónde mirar. Un silencio de la hostia: sólo se movió el sheriff: se acercó al cadáver, le dio la vuelta, estuvo un rato mirándolo, como si buscara algo. Después de volvió hacia nosotros: sonreía la cabeza y sonreía.

Carver dejó de secar el vaso. También sonreía.

—Aquel idiota se había pasado de listillo. Había sacado el valet de corazones del mazo y lo había escondido. ¿A qué no sabes dónde?

—En el bolsillo del chaleco.

—Encima mismo del corazón. Todavía me acuerdo de aquella carta. Completamente manchada de sangre. Y en el medio, dos agujeros así, parecían una firma.

—Whisky, Carver.

—Sí, señor.

Durante el juicio —decía Shatzy— el juez había buscado en sus libros algo que permitiera matar a un tramposo desarmado sin acabar en la horca. No lo encontró. Entonces dijo A tomar por culo, absueltas. Se llevó al sheriff aparte y le dijo algo, a él sólo. Luego fue a emborracharse, salvajemente.”



La puta de Closingtown (amb cançó d’Air on Baricco llegeix el fragment inclosa) 


“Hermosa es la puta de Closingtown, hermosa. Negros son los cabellos de la puta de Closingtown, negros. Hay decenas de libros en su habitación, en el primer piso del saloon, que lee mientras espera, historias con un principio y un final, si se lo pides, te las contará. Joven es la puta de Closingtown, joven. Al tenerte entre sus piernas te susurra: amor mío. Decía Shatzy que costaba como cuatro cervezas. Sed de ella en los pantalones de toda la ciudad.

Ateniéndonos a los hechos, ella fue hasta allí para ser maestra. Habían convertido la escuela en un almacén, desde que se marchara la señorita McGuy. Y, en un momento dado, llegó ella. Lo arregló todo y los chiquillos empezaron a comprar libretas, lápices y todo lo demás. Según Shatzy, sabía lo que se hacía, y utilizaba libros comprensibles. Incluso hasta los muchachos mayores le encontraron el gusto, iban cuando podían, la maestra era hermosa, y al final conseguían leer las frases escritas bajo los rostros de los bandidos, los que colgaban en la oficina del sheriff Se trataba de chicos que ya eran hombres. Ella cometió el error de quedarse, a solas, con uno de ellos en la escuela vacía, una tarde cualquiera. Se abrazó a él, e hicieron el amor con todas las ganas del mundo. Después, cuando aquel asunto dio en saberse, los hombres habrían hecho oídos sordos, pero las mujeres dijeron que era una puta, y no una maestra.

En efecto, dijo ella.

Cerró la escuela y empezó a trabajar al otro lado de la calle, en una habitación del primer piso del saloon. Sutiles son las manos de la puta de Closingtown, sutiles. Se llamaba Fanny.

Todos la querían, pero sólo uno la amaba, y era Pat Cobhan. Se quedaba abajo, bebía cervezas, y esperaba. Cuando había terminado, ella bajaba.

Hola, Fanny.

Hola.

Iban arriba y abajo, desde el principio hasta el final de la ciudad, agarrados, en la oscuridad, y hablando de aquel viento que nunca cesaba.

Buenas noches, Fannv.

Buenas noches.

Pat Cobhan tenía diecisiete años. Verdes eran los ojos de la puta de Closingtown, verdes.

Si quieres entender su historia —decía Shatzy— tienes que saber cuántos disparos tenía en aquel tiempo un revólver.

Seis.

Ella decía que era un número perfecto. Piénsalo. Y haz sonar ese ritmo. Seis disparos, uno dos tres cuatro cinco seis. Perfecto. ¿No oyes el silencio, después? Ése sí que es un silencio. Uno dos tres cuatro. Cinco seis. Silencio. Es como una respiración. Cada seis disparos es una respiración. Puedes respirar rápidamente, o lentamente, pero cada respiración es perfecta. Uno dos tres cuatro cinco. Seis. Respira el silencio, ahora

¿Cuántos disparos tenía un revólver?

Seis.

Y entonces te contaba aquella historia.

Pat Cobhan ríe por lo bajo, con espuma de cerveza en la barba y olor a caballo en las manos. Hay un violinista que toca y que tiene un perro amaestrado. La gente le tira una moneda, el perro va a recogerla y luego vuelve hacia su amo, caminando sobre las patas traseras, y le mete la moneda en el bolsillo. El violinista está ciego. Pat Cobhan ríe.

Fanny trabaja, en el piso de arriba, con el hijo del pastor entre sus piernas. Amor mío. El hijo del pastor se llama Young. Se ha dejado la camisa puesta y tiene el pelo negro bañado en sudor. Algo parecido al terror, en sus ojos. Fanny le dice Fóllame, Young, pero él se pone rígido y se escapa de las piernas abiertas —medias blancas con fino encaje hasta encima de las rodillas, y luego nada más. El no sabe adónde mirar. Le coge una mano y se la frota sobre su sexo. Sí, Young, dice ella. Lo acaricia, Eres guapo, Young, le dice. Se lame la palma de la mano, mirándolo a los ojos, y luego vuelve a acariciarlo, rozándolo apenas. Venga, dice Young. Venga. Ella aprieta en la palma de la mano su sexo. Él cierra los ojos y piensa No debo pensar. En nada. Ella se mira su mano, y después el sudor sobre el rostro de Young, sobre el pecho, y después su propia mano deslizándose sobre su sexo. Me gusta tu polla, Young, quiero tu polla. Él está de lado, apoyado sobre un brazo. El brazo tiembla. Ven, Young, dice ella. Él tiene los ojos cerrados. Ven. Él se vuelve por encima de ella, y arremete entre las piernas abiertas. Así, Young, así, dice ella. Él abre los ojos. En los ojos, algo parecido al terror. Hace una nueva mueca, y se sale. Espera, Young, dice ella, cogiéndole la cabeza entre las manos y besándolo. Espera, dice él. Pat Cobhan ríe, en el piso de abajo, y echa una ojeada al reloj de péndulo, tras la barra. Pide otra cerveza y juega con una moneda de plata, intentando mantenerla en equilibrio sobre el borde del vaso vacío.

¿Quieres casarte conmigo, Fanny?

No digas tonterías, Pat.

Lo digo en serio.

Para ya.

¿Yo te gusto, Fanny?

Sí.

Tú me gustas, Fanny.

La moneda cae dentro del vaso, Pat Cobhan le da la vuelta al vaso, cae la moneda, sobre la madera de la barra, y gotea un resto de cerveza, líquido y espuma. Coge la moneda y la seca en sus pantalones. La mira. Le entran ganas de olerla. La deja de nuevo sobre el borde del vaso. Echa una ojeada al reloj de péndulo. Piensa: Young, hijo de puta, ¿quieres acabar de una vez? Dulce es el perfume de la puta de Closingtown, dulce.”

Desde el porche

“La única posición desde que le permite (al hombre) detener la invasión del mundo, salvando por lo menos la idea de un casa propia, aunque sea desde la resignación de saber que esa casa es inhabitable.”

En su calidad de mediocres

“Los mediocres no saben que son mediocres, esa es la cuestión, en su calidad de mediocres carecen de la fantasía necesaria para imaginarse que alguien sea mejor que ellos (…) ser crueles, la crueldad es el ejercicio por excelencia de los mediocres (…) ejercicio para el que no se necesita la más mínima inteligencia.”

“Un cigarrillo que se enciende —sonido al máximo, ruido de tabaco ardiendo, tan fuerte como una hoja de kilómetros de largo arrugándose— las mejillas que se hunden para aspirar el humo, mejillas bajo unos ojos como ostras en remojo en el rostro rubicundo que se vuelve hacia la señorita de al lado, una rubia que ríe con una risa ronca y fuerte, como la promesa de un polvo que anega la mente de los machos apretujados, alcanzándolos a todos ellos en su sitio en un radio de diez metros, y perdiéndose poco a poco entre las otras filas de hombres y mujeres sentados en hilera, cuerpos en contacto, mentes volando, filas y filas, menguando desde las más altas hacia abajo, penetrando en el aire surcado por oleadas de rock procedentes de grandes altavoces colgados en lo alto, y apuñalado por gritos que puestos en pie corean un nombre de un lado al otro de la sala, viajando por las manchas de luz y destellos FLASH entre olores de tabaco, perfumes de lujo, lociones para después del afeitado, axilas, abrigos de piel, palomitas de maíz, abriéndose camino entre el guirigay colectivo, regazo o vientre de millones de palabras excitadas, tontas, sucias, borrachas o tal vez amorosas que rebullen como gusanos en esa tierra de cuerpos y de mentes, campo arado de cabezas alineadas, se desvanece de forma concéntrica y fatal hacia el pozo cegador que en el centro de todo recoge mi-radas, escalofríos, presiones sanguíneas, recogiéndolo todo sobre la lona azul donde hay una inscripción que grita PONTIAC HOTEL y lo hará durante toda esta noche incendiaria, a la que Dios bendiga ahora que ha llegado, al fin, viniendo desde lejos y cabalgando hasta…”

2 comentaris:

  1. M'agrada haver trobat aquesta valoració d'una altra obra d'en Baricco.
    Jo vaig llegir-me "Seda" ja fa uns anys i em va semblar una obra excel·lent, extramadament bella i poètica. Sabent que n'ha escrit d'altres que també estan a l'alçada resseguiré la seva bibliografia.

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  2. Shatzy3.5.12

    Impressionant, sens dubte.

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